Te habías ido. Nos habías dejado, y yo no sabía perdonarme, ni siquiera sabía si tenía que hacerlo. ¿Debía?
Y yo estaba enojada. Tú te habías ido.
Sin embargo, yo ya había aprendido a soportar, pero digamos que fue un aprendizaje obligatorio.
Hasta aquél día siempre había sido paciente y nunca había perdido la voz, pero te fuiste.
Y en realidad no importaba cómo oliera por dentro mi corazó o las veces que había sido pisado, no importaba el color o lo desteñido de las paredes, no importaba lo viejo que pareciera o lo roto que estuviera; yo necesitaba un piso habitable, un órgano vacío, un corazón, sí, está bien, roto, pero que no doliera. Y eso no ocurría. Porque el abandono no solo duele, también desangra, enoja, y cuando ya no se llueve, entonces se es tormenta. O un verdadero desastre natural."
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