15.10.12

"La última vez que visité mi corazón olía triste. Ya habían pasado algunos meses, y, a pesar de que todo seguía como la última vez y la sangre fluía por el mismo lugar, olía a triste, no sucio sino cansado, no nauseabundo sino usado. Olía como huele la tristeza, porque debe tener algún olor, ¿cierto?

Te habías ido. Nos habías dejado, y yo no sabía perdonarme, ni siquiera sabía si tenía que hacerlo. ¿Debía?


Y yo estaba enojada. Tú te habías ido.


Sin embargo, yo ya había aprendido a soportar, pero digamos que fue un aprendizaje obligatorio.


Hasta aquél día siempre había sido paciente y nunca había perdido la voz, pero te fuiste.

Y en realidad no importaba cómo oliera por dentro mi corazó o las veces que había sido pisado, no importaba el color o lo desteñido de las paredes, no importaba lo viejo que pareciera o lo roto que estuviera; yo necesitaba un piso habitable, un órgano vacío, un corazón, sí, está bien, roto, pero que no doliera. Y eso no ocurría. Porque el abandono no solo duele, también desangra, enoja, y cuando ya no se llueve, entonces se es tormenta. O un verdadero desastre natural."

No hay comentarios.: